¡No al trabajo infantil! ¡Sí a la educación! Los maestros de Marruecos previenen el trabajo infantil reduciendo el abandono escolar
Sara Marbouh dirige a su profesor una brillante sonrisa mientras se sienta en la primera fila, dispuesta a asistir a clase de geografía en la escuela Abbas Benani de esta ciudad sagrada. Sara, adolescente concienzuda de 14 años, sabe que todos los niños tienen derecho a la educación, aunque es consciente de la precariedad de tan fundamental derecho.
Sara es la cuarta de cinco hermanos de una familia extremadamente pobre; no tiene más recursos que el cariño de su familia. Su padre, un anciano con problemas de la vista, no está en condiciones de trabajar. Su madre es analfabeta y carece de aptitudes profesionales. Suele ocurrir que Sara se vaya a clase sin poder desayunar.
El director de la escuela sabía que la familia de Sara tenía dificultades para poner comida en la mesa; ni hablar de comprar libros de texto. Cuenta Mohammed Glioui: “Sara solía venir a casa a hacer los deberes con mi hija. Me enteré de cómo vivía, así que, por la mañana, solía darle un vaso de leche y un bollo, o lo que hubiera”.
Un día, cuando tenía 12 años, Sara dejó de ir a la escuela.
“Mi madre me mandó a trabajar como criada en casa de una familia con dinero”, relata. “Las dos lloramos desconsoladas, pero es que no quedaba más remedio... Todo ocurrió muy deprisa: un día llegué a casa de la escuela y me dijo mi madre que al día siguiente vendrían a buscarme. Estuve cinco días sin querer comer”.
La madre de Sara, Malika Hinda, siente vergüenza por haber tenido que mandar a su hija a trabajar. “Los vecinos preguntaban por Sara y yo les decía: 'Está de visita en casa de unos familiares”, recuerda Malika.
Como criada doméstica, Sara empezaba su jornada laboral a las seis de la mañana. Una vez preparado el desayuno de los niños, las horas transcurrían entre una penosa tarea y otra. Según los datos de Human Rights Watch, la mayoría de los niños empleados en las casas en Marruecos trabaja entre 14 y 18 horas diarias, los siete días de la semana, cobrando un salario de entre 0,4 dírhams y 1 dírham la hora (entre 0,03 euros y 0,09 euros).
La señora de la casa era una persona cruel. “Me trataba como si fuera un objeto”, explica Sara. “No era considerada como un ser humano, sino como una criada. En aquella casa, me privaron de muchas cosas bonitas que tiene el mundo, empezando por la bondad”.
Tan pronto como notaron la ausencia de Sara, el director y otros docentes de la escuela se reunieron para discutir la situación de la muchacha. Acudieron a la casa de los padres de Sara para intentar convencerlos de que invertir en la educación de su hija valía más que todas las ganancias a corto plazo. Prometieron que el sindicato de enseñanza le proporcionaría a Sara los libros, suministros y ropa necesarios. Al cabo de seis semanas, los padres de Sara aceptaron la oferta.
“Gracias a Dios los padres de Sara se convencieron de la necesidad de que se reincorporara a la escuela”, explica Glioui.
Sara no cabía en sí de alegría. “Me cuesta describir lo que sentí”, confiesa entre lágrimas de emoción. “¡Qué diferencia entre la crueldad de la dueña de la casa y la bondad de mis profesores!”
Actualmente, Sara estudia mucho, saca notas brillantes y sueña con estudiar pediatría, para cuidar a niños y devolver algo de lo que ha recibido.
“Sara es una chica encantadora y una bella persona. Presta atención en clase, se ve que tiene ganas de aprender”, comenta Glioui. “Seguiremos apoyándola en la consecución de sus objetivos”.
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El rescate de Sara de las filas de los que abandonan la escuela primaria es uno de los logros del extraordinario programa emprendido por el principal sindicato de enseñanza de Marruecos, Syndicat National de l'Enseignement (SNE). Abdelaziz Mountassir, vicepresidente de SNE y miembro del Consejo Ejecutivo de la Internacional de la Educación, afirma que, al mantener a los niños en el ámbito escolar, el sindicato desempeña un papel decisivo en la prevención del trabajo infantil.
“El trabajo infantil es una de nuestras principales preocupaciones como sindicato”, explica Mountassir. “Además, supone una pérdida de puestos de trabajo para los adultos. Pero luchamos contra el trabajo infantil porque es nuestro deber de educadores defender el derecho de los niños a aprender”.
Cada año, hasta 320.000 niños abandonan la escuela para trabajar en el servicio doméstico, la agricultura, la industria artesanal y sectores peores, según los datos del Ministerio marroquí de Educación. Aunque la educación es obligatoria hasta los 16 años y la edad mínima para trabajar es de 15 años, muchos niños menores de 12 años entran a trabajar como aprendices en los talleres artesanales familiares.
La ciudad de Fez es conocida por la belleza de sus artesanías; sin embargo, los platos de latón y teteras de plata expuestas en las tiendas turísticas resplandecen con un brillo deslucido por la impropiedad de las condiciones de su fabricación. El joven Karim comenta que lleva trabajando desde los 9 años. A la muerte de su padre, no tuvo más remedio que ponerse a trabajar para mantener a su familia. “Me gustaría poder leer el periódico”, dice. “Pero si dejo de trabajar para estudiar, ¿quién mantendrá a mi madre?”
La pobreza es el principal problema, agravado por el analfabetismo. Más del 80% de las mujeres marroquíes en las zonas rurales, y más del 60% en las ciudades, son analfabetas. Por lo que respecta a los hombres, las zonas rurales registran un índice de analfabetismo del 50%, que se sitúa en el 40% en las zonas urbanas. Muchos padres no entienden la importancia de la educación en la realización de sus hijos ni la necesidad de romper el ciclo de la pobreza.
Mountassir ha sido un ferviente defensor del programa de prevención del trabajo infantil de SNE desde su puesta en marcha hace tres años en cinco escuelas primarias de Fez. Esta iniciativa cuenta con el entusiasmo de un amplio colectivo de docentes y directores de centros educativos, y con las competencias de los dirigentes sindicales nacionales. Su impacto es tal que se prevé extenderla a otras cuatro ciudades.
Glioui afirma que la afiliación del 96% de los docentes al mismo sindicato, SNE, es uno de los principales factores de éxito del programa. “Compartimos el mismo espíritu de solidaridad entre docentes y administrativos. Trabajamos juntos para resolver los problemas de los niños, y el sindicato ha establecido buenas relaciones con los padres”.
El programa ha conseguido, además, que disminuya de forma significativa el número de niños que abandonan la escuela a una edad temprana. El año anterior a su inicio, el número total de niños en las cinco escuelas que abandonaron los estudios ascendía a 1.381. El número bajó drásticamente a 212 tras el primer año de implementación, y a 116 tras el segundo. El tercer año fueron 121 niños.
La financiación del programa corre a cargo de tres organizaciones neerlandesas: la confederación del trabajo FNV Mondiaal, la ONG Oxfam Novib y el sindicato de enseñanza AOb. Entre las tres han invertido, en tres años, 300.000 euros. Trudy Kerperien, secretaria internacional de AOb, enumera los cuatro objetivos a quienes se dirige el programa: docentes, escuelas, familias y políticos.
Pero, lo primero son los fundamentos: un entorno de aprendizaje sano y seguro. Ahmed Hraich es el coordinador del programa en la escuela 18 de Noviembre, en la que lleva 14 años dando clase. Describe el lamentable estado en que se encontraba la escuela, un paisaje de ventanas rotas, suciedad y basura por todas partes. El hedor de los retretes en el patio central podía llegar a ser insoportable. En este panorama, la renovación de los lavabos ha permitido mejorar las condiciones de higiene. Señalando las paredes recién pintadas, las puertas de los lavabos de madera en turquesa y el agua corriente, Hraich sostiene rotundo: “El programa ha transformado la escuela. Todo está mejor, más limpio, y se nota. Los niños del barrio viven en una pobreza extrema. El aspecto y la limpieza de los aseos es importante para su educación”.
El programa ha financiado, además, los libros de texto, bolsas, uniformes y otros suministros para los niños necesitados, así como la creación de pequeñas bibliotecas en las cinco escuelas. Gracias al sindicato francés de enseñanza UNSA-Éducation, los centros educativos cuentan con libros en francés, además de las ediciones en árabe. También se ofrece a las madres la posibilidad de cursar programas de alfabetización básica.
“Nos hacía mucha falta la biblioteca”, comenta una madre. “No conviene que nuestros hijos anden por la calle. Quiero que mis hijos, al salir de la escuela, vengan a casa y lean libros a los que de otro modo no tendrían acceso”.
Abdellah Hijazi, coordinador del programa en la escuela Al Quods, dice que es importante que los alumnos puedan ver de lejos y de cerca. De hecho, el personal docente empezó a notar que muchos de los alumnos que suspendían eran miopes. El suministro de gafas permitió mejorar las notas de un gran número de alumnos.
“Me encantan estas gafas”, se alegra el pequeño Said. “Antes no podía ver la pizarra y ahora sí. Sin ellas, creo que habría dejado de venir”.
Otro elemento crucial del programa lo constituye el acercamiento a las familias y la comunidad. Los docentes se reúnen periódicamente con las asociaciones de padres y hacen todo lo posible para mantener la comunicación con las familias. Cada año, hacen un análisis de riesgos de cada situación personal. A continuación, se enumeran los factores de alto riesgo de abandono:
• Extrema pobreza • Padres analfabetos • Desempleo de los padres • Divorcio o ruptura familiar • Violencia doméstica • Enfermedad o muerte de los padres • Problemas de salud física o mental • Malas notas • Absentismo escolar frecuente
El profesorado trata de crear un entorno de seguridad física y emocional para unos estudiantes que en su mayoría acuden a la escuela procedentes de hogares afectados por problemas y tensiones. Los castigos corporales quedan excluidos del programa; el planteamiento de la escuela como espacio libre de violencia está en marcado contraste con los peligros que acechan en la calle, o incluso en casa.
Paseando por el patio de recreo, el director Glioui charla amablemente con una niña llamada Kawtar. “Tiene ocho años, pero aparenta cinco”, comenta el director. A diferencia de las otras niñas, lleva el tradicional velo y viste una larga chilaba. Tiene un corte encima de la ceja derecha, un cardenal casi verdoso en el pómulo y profundas ojeras bajo sus angustiados ojos marrones. El director, informado de las heridas de Kawtar por su profesor, preguntó a su padre por qué la había golpeado. El padre, recién salido de prisión, contestó: “porque no había hecho los deberes”. Kawtar dijo que no era cierto, que sólo estaba jugando con sus primos cuando llegó su padre. Con ira y tristeza en su voz, el director explica: “Es porque sus primos son varones. Por eso le dio una paliza”.
Trudy Kerperien asevera que este tipo de atención es una de las razones del éxito del programa. El sindicato busca mejorar la calidad de la educación a través de unos recursos de desarrollo profesional que permitan al profesorado mejorar la práctica en el aula y lo animen a profundizar en las relaciones con los estudiantes y la comunidad. Lo importante, dice, es la profesionalidad de los profesores, su voluntad de aprender nuevas habilidades y de cambiar las formas tradicionales de trabajar con niños.
“Se han obtenido resultados sumamente positivos con los cursos de tutoría en horario no lectivo y las clases extras para alumnos con dificultades de aprendizaje. Es una buena iniciativa”, declara Rabia Mouyssi, maestra de la escuela Ouinat Alhajaj.
Rabia Mouyssi dice que profesionalmente ha aprendido mucho de las reuniones con los grupos de socios y los talleres sobre los derechos del niño y la pedagogía de la escucha. “Ha cambiado la interacción con los alumnos, en términos de acercamiento. Buscamos soluciones juntos y yo les apoyo, en lo pedagógico y lo personal. Mantenemos intacto el sentimiento de solidaridad entre nosotros”, cuenta. “Además de maestra, soy su madre y su amiga. Son como mis hijos”.
El joven Mohammed es un alumno con muchos problemas, dice Rabia, mientras le pone el brazo en el hombro. Su padre es alcohólico y su madre sufre como consecuencia de ello. “Trato de mantenerme cerca, de apoyarlo, de hablar con él. Ahora ya no piensa en abandonar la escuela”.
Uno de sus alumnos sí dejó la escuela hace poco, pero, con la ayuda de varios estudiantes, lo convenció para que regresara. “Me siento muy orgullosa; su regreso me sabe a victoria”, se alegra. “Cada vez que un alumno deja la escuela y queda abandonado a su suerte en la calle, se me parte el corazón”.
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Asimismo, hacer que la escuela sea más divertida es una parte importante del trabajo del sindicato.
El payaso tonto se golpea la cabeza con un globo y a punto está de caer, provocando las carcajadas de los cientos de niños que asisten al espectáculo llenando hasta la bandera el patio de la escuela 18 de Noviembre. El escenario se ha construido juntando una docena de mesas; y no importa que los altavoces chirríen ruidosamente, el público aplaude y canta entusiasmado.
“¡No al abandono escolar! ¡Sí a la educación!”
Éste es el estribillo que los miembros de la Association Maultaika des Jeunes pour le Développement (AMJD) repiten durante el espectáculo. Estos animadores trabajan con los docentes para ofrecer clases extraescolares de pintura, cerámica y movimiento creativo, así como funciones teatrales en las que se proclama la importancia de la escolaridad y la buena ciudadanía. El presidente de la asociación, Mohammed Ataiche, se muestra rotundo al afirmar el papel del arte y la cultura en la prevención de la deserción escolar.
“Queremos mostrar a los niños que en la escuela hay algo más que estudios y disciplina; la escuela también es un espacio de diversión y creatividad”, explica Ataiche. “Sin juegos, no hay aprendizaje”.
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M'hammed Yazzough, director de la escuela Ouinat Alhajaj, elogia los esfuerzos de los docentes por presentar la mejor oferta posible al alumnado. “Me inclino ante el profesorado”, dice humildemente.
En cambio, el gobierno marroquí no está haciendo lo suficiente para luchar contra el trabajo infantil. “Ha invertido mucho dinero en programas de menor alcance”, advierte Yazzough. El director hace un llamamiento al Gobierno para que haga frente al déficit de infraestructuras escolares, el exceso de alumnos por aula y la densidad curricular.
Una opinión compartida por SNE, que está presionando al Ministerio de Educación para que aumente la financiación y refuerce el apoyo político. El sindicato ha tenido cierto éxito: varios funcionarios del ministerio han suministrado espacio para la sede del programa, además de apoyar la ampliación del proyecto a otras escuelas y localidades, en las que podría beneficiar a un total de 15.000 niños.
No cabe duda de que el programa del sindicato está cambiando actitudes y salvando vidas.
“Dejar la escuela puede ser una sentencia de muerte”, advierte Boughour Houssin, director de la escuela 18 de Noviembre. “En la calle, los niños están expuestos a las drogas y la delincuencia”.
“Reincorporarse a la escuela es como empezar una nueva vida. Nuestra acción consiste en darle a una planta que se está muriendo la atención y el agua que necesita para volver a la vida. Muchos de los niños rescatados ahora son buenos estudiantes; esperamos que lleguen a ser buenos ciudadanos y contribuyan a la prosperidad de la comunidad y del país”.