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Internacional de la educación
Internacional de la educación

El fundamentalismo de mercado desfigura la educación

publicado 1 febrero 2016 actualizado 11 febrero 2016
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Inadecuación

Aun antes de la eclosión de la era neoliberal y hasta el día de hoy, los fracasos en el ámbito de la educación se han atribuido a la falta de correspondencia con las necesidades del mercado. En el caso del desempleo, en particular, se denuncia a la educación con el argumento de que no se dispensa la enseñanza que requiere la economía. Lamentablemente, es cierto que muchos niños y jóvenes salen de la escuela sin las competencias básicas en lectura, escritura y las aptitudes sociales necesarias para el trabajo y la vida. Sin embargo, el argumento de la inadecuación de la educación al mercado por lo general no se refiere a las competencias básicas, sino a las profesionales y, aún cuando parece plausible, carece de veracidad al menos por dos razones. En primer lugar, las competencias profesionales, que son específicas al contexto, se aprenden mejor en el trabajo. En segundo lugar, el desempleo no es un problema de suministro de trabajadores, sino un problema estructural del capitalismo. En este planeta existen tres mil millones o más de personas desempleadas o subempleadas no porque carezcan de los conocimientos adecuados, sino porque el pleno empleo no es una condición ni una meta del capitalismo.

Espíritu empresarial

De tiempo en tiempo, se postula que una solución a los problemas de la educación y el empleo es la enseñanza del espíritu empresarial. Este concepto estuvo muy extendido en los círculos de desarrollo en las décadas de los años 1970 y 1980, sobre todo relacionado con la idea de vincular la educación al empleo en el sector informal en los países en desarrollo. En décadas más recientes, se centró en la mujer rural, a menudo relacionada con las microfinanzas y, a veces, se ha considerado de forma más amplia como parte esencial del plan de estudios de la enseñanza primaria y secundaria en los países en desarrollo, también en este caso como una vía al empleo en el sector informal. Más recientemente, en algunos países desarrollados, los planes de estudios universitarios han hecho hincapié en el espíritu empresarial para promover el empleo innovador.

No obstante, todas estas opciones no son más que visos del mismo enfoque erróneo a la oferta de trabajo incluido en el argumento de la inadecuación de la educación a la economía. Además, esta versión resulta aún más problemática. En lugar de preparar de forma inadecuada a las personas para ocupar los puestos de trabajo existentes, el espíritu empresarial las prepara para empleos que no existen. El espíritu empresarial es el resultado de nuestra incapacidad para hacer efectiva la promesa de un trabajo decente y sustituir los anhelos y las plegarias por una política económica eficaz capaz de crear empleo. En algunos países incluso se enseña el espíritu empresarial a los profesores con el fin de que puedan encontrar un empleo adicional, en lugar de mejorar los pésimos niveles de remuneración y condiciones de trabajo.

Teoría del capital humano y la economía laboral

Vinculada a los dos elementos antes mencionados, la economía capitalista de la década de los años 1950, y décadas precedentes, tuvo dificultades para comprender el empleo. Aun cuando el marco económico se centra en la oferta y la demanda por parte de las personas y las pequeñas empresas, en su momento, la economía laboral adquirió visos más bien de orden sociológico, abordando instituciones tales como los sindicatos y las grandes empresas y fenómenos como la huelga, la negociación colectiva y las políticas públicas.

El advenimiento de la teoría del capital humano en la década de los años 1960 suprimió la sociología de la economía laboral y se centró en las personas y en la oferta y la demanda de trabajadores, especialmente en la oferta. La educación se consideró una inversión en las cualidades individuales para hacer a la persona más productiva y apta para ocupar un empleo. Esta perspectiva se puso en práctica mediante la medición de las tasas de retorno en relación con diferentes niveles o tipos de educación. Lamentablemente, estas tasas de retorno carecían de toda legitimidad por dos razones.

En primer lugar, debía haberse analizado, en teoría, más allá del mero impacto de la educación en los ingresos y, bajo esta consideración, darse cuenta de que los resultados estaban distorsionados. En segundo lugar, ni siquiera podía medirse con precisión el impacto de la educación sobre los ingresos, ya que los ingresos se ven afectados por múltiples variables y no hay una manera correcta de ponderarlas.

Aun cuando las mediciones de las tasas de retorno son inadecuadas, no obstante encierran, en abstracto, algo de verdad en esta versión de la oferta de la teoría del capital humano. Sin embargo, en el mejor de los casos la verdad es parcial y, en realidad, es más fútil que útil. Es decir, competencias tales como la lectura y la escritura, el cálculo, el trabajo en equipo, la resolución de problemas, el pensamiento crítico, etc., pueden tener una rentabilidad en el mercado de trabajo, pero únicamente en un contexto donde se valoran tales competencias.

La cuestión más útil e importante radica en la demanda, la cual a menudo es ignorada por los teóricos del capital humano, en lo que se refiere a la forma en que podemos crear empleos decentes que requieran de competencias valiosas. En el marco del neoliberalismo, la intervención del Estado promueve, en el mejor de los casos, la educación y la formación del capital humano. Esta intervención del Estado con otros fines, tales como la creación de trabajo decente, es considerada como un anatema en el neoliberalismo; el cual supone que el mercado debe hacerse cargo de la demanda. Ya hemos visto cómo la dependencia del mercado ha fracasado espectacularmente en la creación de trabajo decente.

Inversión directa

La rentabilidad económica no influye solamente en el discurso educativo, como se mencionó antes. La educación propiamente dicha se ha convertido en un gran negocio. Se calcula que el mercado privado de la educación podría valer millones de billones de dólares en el mundo entero. La escolarización privada sigue representando una parte importante de la enseñanza primaria y secundaria en todo el mundo y, en la era neoliberal, una parte cada vez más importante de la enseñanza post-secundaria.

Organizaciones tales como la Corporación Financiera Internacional (CFI), parte integrante del Grupo del Banco Mundial y fue creada en 1956 para invertir en empresas privadas en los países en desarrollo, crecieron vertiginosamente en la era neoliberal. Inicialmente, la educación representaba una reducida área de inversión, pero ha crecido tanto que en 2012 la CFI tenía compromisos en este ámbito que ascendían a más de 850 millones de dólares. La inversión extranjera directa en educación también ha sido promovida por el Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (AGCS) de la Organización Mundial del Comercio. El AGCS exhorta a los países para que abran sus economías a la inversión extranjera en el sector educativo (y otros servicios), planteando así interrogantes en lo que atañe a la rendición de cuentas, el control y la soberanía.

Privatización

La inversión privada directa en la educación no comienza con el neoliberalismo, pero éste sí la facilitó en gran medida. Como ya se mencionó, el neoliberalismo trajo consigo una ideología que eclipsa al Estado y privilegia al sector privado. Se promovió la privatización de los servicios públicos y, en el ámbito de la educación, se recomendó el establecimiento de escuelas privadas, vales escolares, centros escolares no estatales con subvención pública, derechos de matrícula o cuotas escolares y otras opciones similares como solución a los problemas en el ámbito de la calidad educativa e, inclusive para paliar la desigualdad educativa.

Este marketing de la privatización fue meramente ideológico. Bastó con presentar algunos elementos de juicio falsos asegurando que estos enfoques mejoraban cierta percepción estrecha de la calidad educativa, al tiempo que existían pruebas abrumadoras de que la privatización exacerbaba las desigualdades. Por otra parte, en las discusiones sobre política educativa se concedió poca atención al reconocimiento de la educación como bien público, concepto que había adquirido gran fuerza en las décadas de los años 1960 y 1970. La privatización es una estrategia de selección que quizás, en el mejor de los casos, mejora la educación para unos pocos y vende el derecho a una educación pública de calidad para todos.

Asociaciones público-privadas

Una consecuencia de esta obsesión neoliberal con el mercado y su promoción de la privatización son las asociaciones público-privadas. Este tipo de asociaciones van de la mano y creen en la necesidad de aumentar la filantropía empresarial en la educación y otros sectores. El argumento consiste en que los conocimientos y los recursos de la empresa, por sí sola o en asociación con el Estado, pueden aplicarse para mejorar la educación. Esta perspectiva se deriva directamente de la ideología neoliberal, acentuada por la importante escasez de recursos públicos para cumplir con las previsiones de la Educación para Todos (EPT), los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y, ahora, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

Sin embargo, la empresa tiene poco que ofrecer a la educación, como lo deja en claro un reciente estudio de la Brookings Institution sobre la filantropía corporativa estadounidense y las asociaciones público-privadas: los recursos que aportaron representaron un “cambio menor” y los esfuerzos eran interesados, descoordinados, a pequeña escala y mal dirigidos. Tuve un profesor en la escuela de negocios que escribió un artículo titulado La responsabilidad social de las empresas y otros contaminantes atmosféricos. Estaba muy a favor de la empresa; insistía en que la finalidad de la empresa es hacer negocio, y no deberíamos desear o esperar que ayude a resolver problemas que incumben fundamentalmente al Estado.

Las asociaciones público-privadas son impulsadas por empresas tales como Pearson, que obtienen beneficios sustanciales del gasto que el Estado dedica a la educación. Las asociaciones público-privadas existen esencialmente debido a la elusión de responsabilidades del Estado fomentada por el neoliberalismo en todo lo que atañe al bienestar social, en general, y a la educación, en particular.

Enfoques comerciales a la educación

Como parte de la ideología de la privatización y la promoción de las asociaciones público-privadas, las ideas generadas por las empresas y los líderes empresariales han sido objeto de marketing para hacer creer que son importantes para la mejora de la educación. Este enfoque orientado a la comercialización se resume a veces bajo el encabezado de “nueva gestión pública”. Esta gestión es ubicua y ha causado muchos quebraderos de cabeza a la mayoría de los educadores. Han proliferado grupos de reflexión (think tanks) y fundaciones de derechas (entre los que incluyo al Banco Mundial) que ofrecen asesoramiento educativo neoliberal y orientan en esta dirección la política educativa.

La enseñanza primaria, secundaria y superior ha sido blanco de planes de negocio, planes estratégicos, presupuestos de rendimiento, ajustes de tamaño, evaluaciones de impacto, remuneración por mérito y otras iniciativas por el estilo. Las evaluaciones de los docentes se han multiplicado, por lo general vinculadas ilegítimamente a indicadores superficiales y sumamente estrechos. Los superintendentes escolares de distrito y los rectores de las universidades ahora se denominan Director Ejecutivo y con demasiada frecuencia se seleccionan por sus conocimientos y experiencia en materia de negocios y no en el ámbito de la educación.

Actualmente es de lo más común que los grupos de trabajo y comisiones educativas concedan un lugar de honor a los ejecutivos de negocios, como si las estrategias empresariales pudieran traducirse en estrategias educativas. Esta tendencia es flagrante en el mundo entero. Para mencionar un ejemplo entre muchos otros, el grupo de trabajo sobre educación del Foro Económico Mundial ha sido una de las voces cantantes en la reforma mundial de la educación, tales como las discusiones sobre la etapa posterior a 2015.

Direcciones post-2015

Las metas de la Educación para Todos y los Objetivos de Desarrollo del Milenio no se cumplieron en el año 2015 a la altura de lo previsto. Para paliarlo, las Naciones Unidas prolongaron el plazo hasta 2030, aprobando los Objetivos de Desarrollo Sostenible que reiteran los antiguos objetivos y añaden otros nuevos que supuestamente han de cumplirse en el curso de los próximos 15 años. Los objetivos son loables, pero no hay razón para creer que en esta ocasión vamos a conseguir lo que no logramos antes.

Para cumplir con el ODS de la educación, se calcula que necesitaremos por lo menos multiplicar por 80 la cantidad de los fondos anuales que la Alianza Mundial por la Educación ha conseguido reunir. Podría señalarse que, a pesar de las buenas intenciones, la EPT y los ODM no representaron un esfuerzo serio. En realidad se formularon más bien para legitimar un sistema fundamentalmente injusto con la promesa de la educación y la mejora social, pero poco se hizo a este respecto.

Comprometerse a cumplir los objetivos post-2015, al tiempo que el neoliberalismo sigue vigente no va a llevarnos muy lejos. Hemos padecido “El gran experimento” más de 30 años. Sin mediar evidencia alguna, se lanzó una ofensiva contra el Estado y, en muchos sentidos, se le desmanteló, al tiempo que la empresa y el mercado fueron erigidos en salvadores. Sin embargo, en la educación y en otros sectores, los resultados de este gran experimento han sido lamentables. Ya es hora de poner fin a esta experimentación con el capitalismo neoliberal.

Cabe discutir si ponerle fin significa tratar de ir más allá del capitalismo en su conjunto, o desarrollar un nuevo tipo de Estado de bienestar. Donde no cabe duda es que significaría restablecer la legitimidad del Estado. Lo principal debe ser reclamar un importante y vigoroso sector público que ponga límites al mercado, promueva y cree trabajo decente, prevea la producción de bienes públicos, desarrolle un sistema tributario adecuado y justo, redistribuya la riqueza, no solamente los ingresos, y que sea dirigido como una democracia ampliamente participativa.