«¿Deberíamos seguir formando a los estudiantes durante la pandemia de Covid-19? Maslow antes que Bloom», por Armand Doucet.
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¿Deberíamos seguir formando a los estudiantes durante la pandemia de Covid-19? Sin duda, se trata de una pregunta profunda sobre la que reflexionar en esta situación inverosímil. Los docentes deben plantearse esta cuestión: «¿Están mis alumnos preparados para aprender a día de hoy?». Esta pregunta básica siempre está presente en la educación formal; es la pregunta de la que nadie quiere hablar. Por eso, nuestra misión en adelante debería centrarse en «Maslow antes que Bloom».
En psicología, la pirámide de necesidades de Maslow es una teoría de la motivación que incluye un modelo de necesidades humanas con cinco niveles. En este blog, analizaremos las necesidades fisiológicas (aire, agua, alimentos, cobijo, descanso y ropa), las necesidades de seguridad (física, de empleo, recursos y salud) y las de afiliación (amistad, familia, sentimiento de pertenencia).
Fuente: Wikimedia commons/ J. Finkelstein.
La taxonomía de Bloom se refiere a un conjunto de tres modelos jerárquicos que se emplean para clasificar los objetivos en el aprendizaje educativo según niveles de complejidad y especificidad.
En el mejor de los casos, a los docentes y centros educativos de todo el mundo les cuesta alcanzar los objetivos de aprendizaje educativos de la taxonomía de Bloom si no han llegado a la cúspide de la pirámide de Maslow. Pero, en medio de una pandemia, dichos objetivos se ven afectados negativamente. Por tanto, resulta fundamental que el objetivo sea alcanzar «Maslow antes que Bloom» a la hora de diseñar experiencias de aprendizaje en este contexto en particular.
Stefania Giannini, Subdirectora General de Educación de la UNESCO, afirmaba en una publicación reciente que «las dificultades aumentan de forma exponencial cuando los cierres de centros escolares se prolongan en el tiempo». Estos problemas varían enormemente en función de si uno se encuentra en el Norte Global, el Sur Global, un gran núcleo urbano, una zona rural y un entorno rico o pobre. El contexto importa, y puede incluso variar dentro de la misma escuela y aula. Podríamos mencionar problemas relacionados con la alimentación, la protección, el aislamiento social, la cantidad de apoyo, el acceso a la tecnología, la presencia de padres o cuidadores, el abuso de sustancias, el impacto económico o la salud mental, entre otros muchos. Por otra parte, añadiría que esta pandemia también sacará a la luz varios de los problemas fundamentales de nuestros sistemas de educación formal de todo el mundo, así como su fuerte interrelación con las desigualdades sociales. Evidentemente, no tendrá sentido emplear un enfoque único a la hora de gestionar la educación y el aprendizaje durante esta pandemia.
Las cifras recientes indican que en torno a 1 000 millones de niños no acuden actualmente a clase, y cabe esperar que este dato aumente significativamente cuando la pandemia afecte a Sudamérica y África. Contextualizar lo que esto significa para nuestros estudiantes resulta sumamente «extraño» para la mayoría de nosotros; no obstante, disponemos de varios marcos en los que trabajar mientras intentamos descubrirlo, como la Red Interagencial para la Educación en Situaciones de Emergencia y el Manual para situaciones de Emergencia de ACNUR.
El Manual para situaciones de emergencia para el refugiado de ACNUR[en inglés] es un buen punto de partida para trabajar sobre esta cuestión. Aunque una crisis con refugiados es diametralmente distinta, conviene tener en cuenta este aspecto al plantearnos cómo enfocar la educación en un momento en el que nuestros estudiantes se han visto empujados a un mundo completamente diferente del que conocían.
Para empezar, la educación en situaciones de emergencia ofrece protección física y psicosocial inmediata (normalmente, mediante la escolarización, los horarios, procedimientos, etc.). En segundo lugar, la Red Interagencial para la Educación en Situaciones de Emergencia (INEE) explica que una educación segura y de calidad durante una situación de emergencia y posteriormente implica que los niños y jóvenes se expongan menos a actividades que suponen un riesgo para ellos (en el caso del Covid-19, debido a la distancia social). Por último, la educación proporciona una sensación de continuidad cuando todo lo demás está en constante cambio; además, permite mantener una rutina estable, segura y supervisada según las necesidades académicas y psicosociales.
A partir de estas recomendaciones, queda claro que deberíamos continuar con algún tipo de aprendizaje, aunque no sea posible una educación formal centrada en los resultados del currículum actual. Por lo tanto, en este caso nos vamos a concentrar en el aprendizaje y en la educación no formal.
A menudo, las escuelas actúan como aglutinadores sociales en nuestras comunidades; son el elemento constante en las vidas de nuestros hijos. Pueden ser el lugar donde toman su única comida caliente del día, un medio de interacción social positiva, el sitio en el que se sienten seguros… Y todo esto se ha esfumado. Sin duda, la pandemia nos obliga a tratar estos factores cuando reflexionamos sobre el aprendizaje durante períodos de cierre escolar prolongados.
Sin embargo, si respondemos a esta cuestión únicamente desde la perspectiva de un niño, estaremos pasando por alto una parte crucial de la ecuación. ¿Qué sucede con los padres y cuidadores? Hay padres que han perdido su trabajo e ingresos a los que preocupa quedarse sin comida y techo. Algunos trabajan ahora muchas horas en casa. Otros necesitan encontrar cuidadores porque son trabajadores esenciales, imprescindibles durante esta crisis. Cuando nos fijemos en Maslow antes que Bloom durante el aprendizaje de nuestros estudiantes, también tendremos que contemplarlo a través de la mirada de un padre o madre que no cuenta con formación para proporcionar educación formal y enfrentarse a un sinfín de retos más.
Desigualdades con la tecnología y la evaluación
Las desigualdades sobre las que debemos reflexionar en un intento por ayudar a nuestros estudiantes y progenitores son innumerables. Las últimas dos que quiero mencionar están relacionadas con el aprendizaje y la evaluación en línea durante el brote de una pandemia.
Desigualdad tecnológica puede referirse al hecho de no disponer de acceso a una infraestructura para el aprendizaje por internet, el software, el hardware, la banda ancha, la formación para personal o estudiantes y otros muchos aspectos. Diseñar en un caso así plantea una cuestión en sí misma que se tratará en otro blog. Las preguntas fundamentales son qué porcentaje del aprendizaje debería ser en internet según cada grupo de edad y qué apoyo proporcionarás para intentar solventar estas desigualdades. Los ejemplos varían enormemente en función de la región; en África, por ejemplo, lo habitual es disponer de un móvil pero no de un portátil, hay familias que cuentan con un dispositivo que usa un adulto para teletrabajar desde su vivienda y están los hogares en los que tienen varios dispositivos y facilidad para acceder a internet. Uno puede preguntarse por qué no emitimos de forma global los contenidos de la educación formal a través de la televisión o la radio nacionales? Lo cierto es que, aunque este método podría ayudar con la lectoescritura y la aritmética, su valor resulta limitado. Cada contexto y centro escolar será diferente por cuestiones de demografía, recursos tecnológicos y prácticas y procedimientos pedagógicos.
Cuando nos planteamos qué pueden hacer nuestros estudiantes desde casa con una perspectiva realista, creo que la pregunta en torno a la evaluación se responde sola. No se puede llevar a cabo una evaluación sumativa formal en este período, aunque sí podrían proporcionarse valoraciones formativas.
¿Entonces qué hacemos?
Maslow antes que Bloom. Cuando nos hayamos asegurado de que los más vulnerables dispongan de alimentos y tengan cubiertas sus necesidades básicas (en este caso, jabón y un lugar seguro en el que descansar), podremos transformar la situación en un ejemplo de solidaridad y no de distancia social. Busca formas de mantener unido ese pegamento social que es la escuela, como conectar a los estudiantes por videoconferencia o mensaje. Consigue que estos momentos sean para aprender y olvídate de la educación formal. El aprendizaje a distancia podría no necesitar que se incluya un componente en línea. Trabaja codo con codo con los padres pero no impongas, pues su realidad quizá sea muy diferente a la tuya. Mantén la disponibilidad para responder dudas. Transmite a los padres ideas que puedan ayudarles con el aprendizaje de sus hijos, por ejemplo, experimentos científicos sencillos y divertidos en casa para los más jóvenes en los que el objetivo esté en el cuestionamiento científico en lugar de en los resultados.
Por último, recuerda que, ante todo, la salud es lo principal. Cuando hablo de salud la enmarco en un contexto holístico que incluye salud mental, sin duda resentida en estas fechas. No pasa nada por tomarse un descanso de un día entero. Los padres tienen que ayudar en el aprendizaje de sus hijos, pero sin agobiarse al hacer malabarismos para gestionar la realidad de una pandemia. El resultado podría anular la sensación de normalidad que se haya podido alcanzar gracias a esta nueva educación a distancia. Lo mismo sucede con el personal docente, ya que muchos también son padres y madres. Da lo mejor de ti y transmite tus mensajes con sinceridad y transparencia. Sé prudente y no te olvides de la distancia física aunque actúes con solidaridad social.
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Nota: este texto se basa en el informe independiente «Reflexiones sobre pedagogía en medio de una pandemia» escrito por Armand Doucet, Deborah Netolicky, Koen Timmers y Francis Jim Tuscano para informar sobre la labor de la UNESCO y la IE.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.