Los sindicatos educativos toman la iniciativa en una pandemia: la realidad detrás de los titulares
Suscríbase
Subscríbase al boletín de Mundos de la Educación.
Suscríbase
Subscríbase al boletín de Mundos de la Educación.
Gracias por subscribirse
Algo salió mal
El Día Mundial del Docente de 2021 es una oportunidad para destacar los extraordinarios logros del personal educativo que ha trabajado durante la pandemia, así como para reconocer la compleja labor del profesorado, que continúa apoyando a la juventud ante un futuro que se ha redefinido por culpa de una pandemia global.
A mediados de febrero de 2020, los canales de noticias de Inglaterra informaron de la posibilidad de que varios centros escolares de la ciudad de Brighton tuvieran que cerrar debido a una infección del virus de la COVID-19. Menos de un mes después, se produjo el cierre de las escuelas en Europa y el resto del mundo, y a continuación la educación empezó a impartirse a distancia. No hubo tiempo para prepararse ni existían planes en los que la gente pudiera consultar lo que había que hacer.
La creatividad, la resistencia y el compromiso del profesorado resultaron fundamentales para que el paso a un aprendizaje a distancia se gestionara con el éxito que observamos (un informe de investigación de la IE analiza muchos de los aspectos clave de este proceso). Sin ignorar ni por un instante las enormes desigualdades en el acceso a las infraestructuras en línea, la amplia mayoría del profesorado de todo el mundo tuvo que enfrentarse al mismo desafío: desarrollar métodos de enseñanza radicalmente diferentes usando tecnologías para las que solo habían recibido una formación muy limitada. En los meses posteriores, todas esas habilidades fueron muy necesarias para el profesorado que quería apoyar a sus estudiantes en los momentos de incertidumbre por los que se ha caracterizado el último año y medio.
A su debido momento, los estudios de investigación podrían revelar el coste real que ha pagado el profesorado en términos de bienestar físico y mental, pero de momento me baso en las innumerables conversaciones que he mantenido con docentes que me indican que los últimos 18 meses han representado la experiencia más compleja de su vida profesional. El Día Mundial del Docente es una jornada en la que los que no somos docentes que trabajan con niños y niñas en las aulas podemos reconocer su extraordinario esfuerzo.
Durante la pandemia, los sindicatos de docentes desempeñaron una labor fundamental a la hora de representar a quienes trabajaron en primera línea en el sector educativo en un periodo de una dificultad sin precedentes. En ese momento, estaba llevando a cabo un proyecto de investigación con sindicatos educativos europeos y, en muchos sentidos, esta investigación dio lugar a un estudio sobre cómo trabajaron los sindicatos educativos para apoyar a sus miembros y los sistemas educativos públicos a lo largo de la crisis.
Como era de esperar, gran parte de este trabajo se centró en asegurarse de que las escuelas fueran lugares seguros para trabajar y estudiar. Fue una tarea complicada y difícil, en la que se necesitó intervención en numerosos niveles. En muchos casos, estas interacciones fueron constructivas, y los sindicatos, empleadores y empleadoras pudieron colaborar para garantizar que el trabajo se desarrollara de forma segura y que el alumnado contara con apoyo. Aunque no siempre se alcanzaran acuerdos, se podían expresar las opiniones y gestionar los problemas (la experiencia de Finlandia es un buen ejemplo). En otros casos, no existió ese diálogo y los gobiernos eran reacios a relacionarse con quienes mejor entendían la realidad de los centros escolares (sindicatos y otras entidades). Ante estas situaciones, los sindicatos tuvieron que defender sus posturas con mayor fuerza.
El papel de los sindicatos educativos a la hora de garantizar entornos de trabajo seguros resultó crítico a lo largo de la pandemia y, en muchos casos, la gestión de la crisis de la Covid en las escuelas fue la más adecuada. No obstante, esta es solo una parte de la realidad.
En numerosas ocasiones, los sindicatos educativos presionaron a los empleadores para que tanto estudiantes como docentes contaran con acceso a la tecnología que permitiera un aprendizaje online y, en diversos casos, los sindicatos educativos ofrecieron formación profesional directa para miembros que intentaban a la desesperada adaptar sus prácticas pedagógicas a unas circunstancias que habían cambiado mucho. Algunos sindicatos educativos se organizaron para conseguir materiales para los menores vulnerables que estudiaban desde casa o lucharon para que el alumnado con derecho a almuerzo gratuito en el colegio pudiera recibirlo, aunque este se encontrara cerrado o fuera periodo vacacional. Aquí se puede consultar un resumen de las respuestas de los sindicatos educativos en las primeras fases de la pandemia.
Estos son solo varios ejemplos de la labor que ha llevado a cabo el profesorado, a través de sus sindicatos, para asegurarse de que el estudiantado contara con apoyo y la enseñanza continuara durante la crisis de la COVID. Es una tarea que se debería reconocer porque las voces con más poder (políticos, medios de comunicación) suelen ignorarla y, a veces, su realidad se ve tergiversada.
Por ejemplo, en mi propio país los medios de comunicación no tardaron en afirmar que los sindicatos de docentes solo querían cerrar las escuelas; un analista sostenía que dichos sindicatos “ se negaron a trabajar en el momento culminante de la pandemia” y también declaró que “el profesorado pasó la mayor parte del año 2020 intentando hacer todo lo posible por no enseñar”. Por supuesto, estas palabras son falsas: el profesorado de Inglaterra nunca se negó a enseñar, no hizo huelga, y los centros escolares no cerraron del todo, sino que se mantuvieron abiertos para los menores vulnerables y los hijos e hijas de profesionales de trabajos esenciales.
No conozco a nadie que se dedique a la docencia que quisiera pasar un día más de lo necesario enseñando a distancia; pero ¿por qué dejar que la verdad estropee una buena historia?
En un artículo reciente de Susanne Wiborg, del University College de Londres, se expone otra versión del argumento de que los sindicatos de docentes solo estaban interesados en “cerrar” los centros escolares. En este texto, la autora explica que la influencia sindical fue el factor fundamental a la hora de determinar si las escuelas abrían o cerraban. En su artículo, Wiborg menciona las experiencias de cinco países europeos y amplía su razonamiento al caso de Estados Unidos a través de otro estudio. En el proyecto que he mencionado previamente, me fijé en el trabajo en todos los países a los que se refiere Susanne durante la pandemia y no coincido con sus conclusiones, y menos aún debido a que el patrón de organización sindical y cierres escolares que describe no se refleja en los datos. La intervención de los sindicatos de docentes o las medidas de presión sindicales no explican las tendencias en cuanto a cierres escolares en Europa.
Sin embargo, en mi respuesta quiero centrarme en el país que más conozco y el primero que Wiborg incluye en su artículo, además de aquel al que dedica más tiempo: Inglaterra. En su texto, Wiborg sugiere que los sindicatos educativos tienen una política que prioriza al profesorado y que pone los intereses particulares de sus miembros por delante de cualquier otra cuestión. El conflicto resultante se enmarca en el supuesto de un gobierno (que vela por los intereses del alumnado) contra sindicatos educativos (que actúan por el interés propio del profesorado). Dudo que la amplia mayoría de responsables de centros educativos, profesorado y personal de apoyo educativo, o incluso padres y madres, entiendan la experiencia vivida en Inglaterra durante la pandemia en términos tan sencillos; se reduce una situación compleja a un conflicto binario que la autora presenta como “la ciencia” (el gobierno) contra “la política” (sindicatos). Este enfoque excluye del análisis cualquier contexto significativo e ignora por completo los problemas provocados por la falta de seguridad y confianza pública en el gobierno de Boris Johnson. Además, da por hecho que el gobierno actúa racional y competentemente en el interés de los menores en base a una ciencia que ofrece soluciones políticas inequívocas. La experiencia que se ha vivido en Inglaterra ha sido distinta.
Desde el principio, el gobierno del partido conservador fue ambiguo en relación con la pandemia, y existen pruebas claras de que su respuesta inicial, liderada por el responsable nacional de asesoría científica, tenía como objetivo desarrollar la inmunidad de rebaño frente a la COVID. Estos errores de cálculo tempranos resultaron ser devastadores, ya que el país alcanzó niveles de infección sin precedentes. Para muchas personas, la gestión de la pandemia por parte del gobierno no se caracterizó por una respuesta racional ante “la ciencia”, sino por el caos y las incoherencias que se reflejaron después en políticas relacionadas con los centros escolares. También existía la preocupación de que la única motivación de las acciones del gobierno fueran sus propias razones políticas y de que “la ciencia” estuviera intervenida por las opiniones del gobierno sobre lo que era conveniente en términos políticos (incluido tener que dar la cara ante un grupo bien financiado dentro del partido conservador que presionaba continuamente a favor de los enfoques contrarios al cierre).
Este es parte del contexto en el que se enmarca la política educativa del gobierno, que quienes trabajan en las escuelas han sufrido de forma incoherente, con suerte, e incompetente, si no han tenido tanta fortuna. Se trata de una opinión que considero que se confirma en un informe de un grupo de expertos independiente, el Institute for Government, que concluyó que “en 2020 y 2021 el alumnado, los padres y madres y el profesorado se sintieron desorientados por los cambios mal comunicados en cuanto a cierres escolares y exámenes”. El documento sugiere que el gobierno se preocupó por mantener un control centralizado (a pesar de que las autoridades locales disponían de mejores conocimientos) y no desarrolló planes de contingencia para problemas que se podrían haber previsto fácilmente. Así es como trabajó el profesorado en Inglaterra, de modo que, cuando el ministro del gobierno al cargo fue despedido de manera fulminante al inicio del nuevo curso académico, no resultó una sorpresa para nadie.
No estoy de acuerdo con Wiborg en que la respuesta de los sindicatos en Inglaterra fuera un ejemplo de “la ciencia” contra “la política”, sino que veo a profesionales que se organizan de forma colectiva, como deben, para proporcionar liderazgo en un sistema educativo que sufrió una crisis de salud pública sin una dirección competente por parte del gobierno. En muchos otros países, este liderazgo vino de la mano de gobiernos y docentes, a través de sus sindicatos, que trabajaron de forma constructiva para enfrentarse a los problemas derivados de la pandemia (en el informe de investigación que mencionamos anteriormente citamos a Noruega y la República de Irlanda como dos ejemplos entre otros muchos), pero cuando esa situación no fue posible, los sindicatos de docentes tuvieron que responder en consecuencia.
La experiencia de la pandemia ha puesto de manifiesto el importante papel que desempeñan los sindicatos educativos en una sociedad democrática en la que es correcto y apropiado que los gobiernos se responsabilicen de sus acciones. Insinuar que lo único que motiva a los sindicatos de docentes son los intereses de sus propios miembros, hecho que por lógica se contrapone a las preocupaciones de estudiantes, padres y madres, presenta el mundo como un juego de suma cero en el que solo se puede estar en un bando o en el otro. Esa no es la forma de ver el mundo que tiene el profesorado. El personal docente no considera que disponer de espacios de trabajo seguros perjudique los intereses del alumnado (sino todo lo contrario) y tampoco cree que sus relaciones con estudiantes y padres sean antagónicas. Presentar las relaciones de esta forma no es solo impreciso, sino también poco útil, porque dificulta el desarrollo de un liderazgo colaborativo con una confianza sólida que resultará esencial para la recuperación pospandémica.
El Día Mundial del Docente de 2021 es una oportunidad importante para reconocer la labor del profesorado (y, en realidad, de todo el personal escolar), que tanto trabajó para garantizar la continuidad del aprendizaje del alumnado durante la pandemia. También es especialmente relevante recordar a quienes enfermaron, a veces de gravedad y otras mortalmente, solo por acudir a sus puestos de trabajo.
Pero el Día Mundial del Docente también es una fecha para reconocer a aquellos miembros del sector educativo que dedicaron tiempo a sus compañeros y compañeras ejerciendo como representantes sindicales, desde líderes con experiencia, a quienes suelen vilipendiar en los medios de comunicación, hasta innumerables representantes en puestos de trabajo, también del sector de la sanidad y la seguridad, cuya labor solo ven sus colegas cercanos, pero que es enormemente valiosa. En el Día Mundial del Docente, también deberíamos darles las gracias.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.