Educación: un elemento crucial para la justicia climática y la igualdad de género
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Durante décadas, nos hemos movilizado en todo el mundo y hemos luchado para lograr la igualdad de género. La lucha por la justicia climática también ha ido ganando más peso en los últimos años. Sin embargo, ambas luchas se han considerado independientes y se ha prestado muy poca atención a áreas críticas en las que ambas se entrecruzan.
En este Día Internacional de la Mujer se pone el foco en un denominador común: las formas en las que el cambio climático afecta desproporcionadamente a mujeres y niñas, y cómo fomentar la igualdad de género puede empoderar a las mujeres para que asuman el liderazgo en la lucha por la justicia climática. En este complejo panorama de vulnerabilidades entrecruzadas, la educación constituye una parte fundamental de cualquier solución efectiva.
Víctimas múltiples: las injusticias climática y de género
El impacto en el género que supone el cambio climático no es anecdótico. Está bien documentado y, francamente, resulta indignante. Los países que menos contribuyen al problema arrastran la carga más pesada en cuanto a emergencia climática, mientras que los que provocaron esta situación y se enriquecieron en el proceso pueden permitirse el lujo de dar una respuesta puntual. Las mujeres y las niñas de entornos marginalizados y de las comunidades más pobres son las más vulnerables y notan el impacto de forma más aguda, sin olvidarnos de los roles de género tradicionales que se les asignan al nacer.
Los ejemplos abundan. Las inundaciones suelen provocar la destrucción de la escuelas o dificultar el acceso a ellas. Al incrementarse la duración del trayecto hasta las escuelas, las niñas se ven expuestas a la violencia sexual y el acoso. Es frecuente que llegue el abandono escolar. En momentos de crisis por motivos climáticos, como desastres naturales, sequía o escasez de recursos, es más probable que sean las niñas, y no los niños, quienes dejen de ir a clase para ayudar con las tareas domésticas, como ir a por agua o cuidar a sus hermanos. Las cosechas infructuosas arrastran a las familias a la pobreza, y muchos casan a sus hijas más jóvenes para tener una boca menos a la que alimentar. Estas novias jóvenes se convierten en madres jóvenes con pocos recursos para apoyar a sus hijos y sin posibilidades de volver a las aulas. La inseguridad a la hora de conseguir comida afecta desmesuradamente a las mujeres embarazadas. En Malawi, se calcula que 1,5 millones de niñas corren el riesgo de ser casadas por culpa del impacto de los fenómenos meteorológicos extremos provocados por el cambio climático. Es habitual que las niñas y mujeres pobres se vean obligadas a ejercer la prostitución cuando se ha producido una catástrofe natural, como se observó en Myanmar tras el paso del ciclón Nargis en 2008. Por otra parte, tras los incendios forestales de Australia, hubo un incremento en la violencia doméstica contra mujeres y niños.
Los desastres naturales, como inundaciones, incendios y huracanes provocados por el cambio climático, desplazan de sus hogares a millones de personas anualmente, y un 80 % de esta población desplazada por los efectos del cambio climático son mujeres. Esta migración forzosa suele imponer a las mujeres condiciones precarias, poco seguras e inestables. Es más probable que las mujeres migrantes tengan que hacer frente a la pobreza y que no puedan recibir una educación pública de calidad. Al desplazarse, aumenta la vulnerabilidad de las mujeres y niñas al tráfico de personas y el abuso sexual en refugios saturados.
La interacción entre factores climáticos y normas sociales patriarcales, como el hecho de que la tierra y los recursos pertenezcan a los hombres, se traduce en una feminización de la pobreza. De este modo, las mujeres y niñas, sobre todo las más marginalizadas, como las personas indígenas, discapacitadas o racializadas, entran en un ciclo interminable de carencia y adversidad.
Aprovechar el poder de la educación en favor de la igualdad de género y la acción climática
Y ¿cómo rompemos este ciclo? Con independencia de lo compleja que sea la solución, la educación, el mayor ecualizador que existe, representa una de sus piezas fundamentales. Los datos indican que las mujeres y niñas que han tenido acceso a la educación y se implican en la toma de decisiones son una fuerza formidable para el cambio. Ayudan a sus familias y comunidades a ser más resilientes ante los impactos económicos y climáticos, aceleran la recuperación ante catástrofes climáticas y la adaptación a los efectos del cambio climático. Constituyen una fuente inmensa de potencial humano sin aprovechar. Empoderarlas y darles voz marcará la diferencia entre el éxito o el fracaso, tanto a la hora de conseguir la igualdad de género, como de alcanzar la justicia climática.
Aunque debemos invertir en la educación de las niñas, también es necesario transformar la educación. En tiempos de emergencia climática, una educación climática de calidad que también dé una respuesta centrada en el género es tan fundamental como enseñara a leer y escribir.
El Manifiesto sobre la educación de calidad para todos/as en materia de cambio climático de la Internacional de la Educación destaca la visión de nuestra profesión sobre cómo podemos aprovechar de verdad el poder de la educación en la lucha contra el cambio climático. Las bases de una educación climática de calidad han de ser científicas. Debe enseñarse en todos los niveles educativos y en todas las asignaturas para reconocer y explicar los diversos impactos sociales de la crisis climática, incluido su impacto desproporcionado en los grupos más vulnerables, entre ellos, los de mujeres y niñas. Los planes de estudios deben dar respuesta a cuestiones de género y adoptar un enfoque transversal. La educación sobre el cambio climático tiene que fomentar el pensamiento crítico y la participación ciudadana para dotar al estudiantado de herramientas que les permitan tener en cuenta alternativas justas y sostenibles, así como actuar con la información adecuada en sus comunidades y fuera de ellas.
Para garantizar una transición justa a una economía verde, nuestros sistemas educativos también tienen que actualizarse para dotar al estudiantado de las habilidades que necesitarán en sus futuras carreras en un mundo sostenible.
Por lo tanto, es crucial que todo el alumnado, todas las niñas de cualquier lugar del mundo, tengan acceso a una educación climática de calidad.
Mujeres y niñas: las voces ausentes en el liderazgo
Las mujeres y las niñas no tienen un espacio propio en las mesas de diálogo internacionales, nacionales o locales a pesar de ser líderes clave del movimiento por la justicia climática y, en ocasiones, las primeras que responden en caso de catástrofe climática.
El pasado mes de noviembre, en la 26.ª Conferencia de las partes (COP26) en Glasgow, la más concurrida de la historia a pesar de las restricciones por la COVID-19, la delegación media nacional incluía un 65 % de hombres frente a un 35 % de mujeres, una cifra regresiva en comparación con las tres COP anteriores. Aunque el equilibrio de género en la COP se ha ido reduciendo cada vez más (a la COP1 acudieron un 88 % de hombres frente al 12 % de mujeres), este hecho sigue siendo un ejemplo claro de cómo se silencia la voz de las mujeres.
En un panel con la Secretaria General Adjunta de la IE, Haldis Holst, una joven activista climática ugandesa, Vanessa Nakate, explicó la fuerte vinculación entre liderazgo femenino, educación de las niñas y emergencia climática:
“Sabemos que si dejan a las mujeres de lado a la hora de tomar decisiones que afectan a nuestra vida y a la supervivencia de este planeta, estaremos condenados al fracaso… Ningún equipo puede jugar con la mitad de jugadores, ni al fútbol ni a ningún otro deporte. Las mujeres y las niñas constituyen más de la mitad de la población mundial, [pero] si los hombres son los únicos que toman las decisiones con respecto al clima, solo participa la mitad del equipo, y así no se puede ganar. Por eso, es importante que las mujeres ocupen puestos de responsabilidad y una de las formas de conseguirlo es contar con más chicas formadas y más mujeres preparadas [gracias a la educación].”
Cuando las mujeres y las niñas disfruten por completo de su derecho humano a una educación de calidad y se las incluya en todos los niveles de la toma de decisiones, sus familias y comunidades se verán beneficiadas.
Es el momento de centrarse en un enfoque transversal con respecto a los desafíos que implica la desigualdad de género, la existencia de una educación pública de calidad insuficiente y la emergencia relacionada con el cambio climático para conseguir un futuro más equitativo y sostenible. Debemos colaborar con grupos tradicionalmente marginalizados, incluidas las mujeres, para lograr un desarrollo resiliente ante el cambio climático. Las mujeres y las niñas, en su diversidad, deben tener acceso a los recursos y herramientas que necesitan para vivir de forma segura en un mundo ambientalmente sostenible y ser líderes para el disfrute de vidas plenas.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.