¿Listos para un cambio real? Derechos de autor, educación y búsqueda de la igualdad por Carys Craig
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El 26 de abril se celebra el Día Mundial de la Propiedad Intelectual, cuyo lema en 2018 es "Impulsar el cambio: Las mujeres en la innovación y la creatividad". A decir verdad, este día me parece un torpe esfuerzo de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) para celebrar la protección de la propiedad intelectual (PI) en sí misma, aunque el lema de este año nos ha brindado la oportunidad de reflexionar sobre la relación entre la (des)igualdad de género y la PI, una relación indignantemente subestimada y, en gran medida, ensombrecida por el cariz, aparentemente neutral, de las leyes de PI.
En el sitio web de la OMPI se describe el Día Mundial de la PI como "una oportunidad excepcional de encuentro con quienes se interesan por la PI en todo el mundo, para hablar del tema y demostrar cómo el sistema de PI contribuye al florecimiento de la música y las artes y a fomentar la innovación tecnológica que va plasmando nuestro mundo". No cabe duda de que el Día Mundial de la PI de este año pretende poner de relieve la floreciente creatividad y la innovación de las mujeres, que –debemos suponer— fomenta el sistema de PI. Un empeño loable, teniendo en cuenta hasta qué punto las contribuciones creativas de las mujeres han pasado desapercibidas o han sido mal atribuidas e infravaloradas a lo largo de la historia. La negación de la protección de la PI a las prácticas creativas tradicionalmente femeninas, la infrarrepresentación de las inventoras en los registros de patentes de todo el mundo, la disposición a considerar el trabajo de la mujer como la materia prima para la creatividad de los demás, todo aboca a la exclusión de escritoras, artistas e innovadoras de los beneficios de la PI. Pero esto no debería sorprendernos ya que, como dice Anne Bartow,"las leyes de los derechos de autor fueron escritas por hombres para encarnar una visión masculina de las maneras en que deberían cruzarse la creatividad y el comercio".
Lo más sorprendente es hasta qué punto han podido los derechos de autor y otras leyes de PI permanecer tanto tiempo relativamente aislados de la crítica feminista. El feminismo se enfrenta a las fuentes de desigualdad social, a las disparidades de poder, los privilegios y la subordinación. Las leyes de PI otorgan derechos para excluir y regular el comportamiento con respecto a lo que muchos consideran el recurso más valioso de hoy en día: la información en sí misma –ya resida en las innovaciones tecnológicas (la cuestión de la ley de patentes), los significantes de las fuentes comerciales (la cuestión de la ley de marcas) o la expresión de autoría original (la cuestión de la ley de derechos de autor)—. Cuando la ley de derechos de autor otorga el control de la propiedad sobre las obras de expresión, está asignando derechos privados sobre las obras literarias, dramáticas, musicales y artísticas, que abarcan desde artículos académicos hasta códigos informáticos, y desde películas de gran éxito hasta compilaciones de fuentes de datos que revisten enorme poder social y económico en nuestra sociedad de la información. Dichos derechos crean barreras legales, imponen tasas de licencia y transacción, y enfrían todo tipo de usos posteriores de las obras protegidas, lo cual aumenta los costos de la creatividad y del aprendizaje futuros. Inevitablemente, por lo tanto, los derechos de autor constituyen una cuestión de justicia social e igualdad. O, más específicamente, constituyen una fuente de exclusión y desigualdad.
No cabe duda de que educación es esencial para avanzar hacia la igualdad. Y el acceso a los recursos educativos es esencial para impartir la educación. Las instituciones educativas, los/as educadores y los y las estudiantes se ven obligados/as a operar dentro de los límites de lo que permite la ley de derechos de autor, y llevan a cabo sus responsabilidades profesionales y actividades diarias bajo su sombra constante. Puede que la legislación sobre los derechos de autor fuera concebida originalmente como una herramienta "para fomentar el aprendizaje"; pero las amplias protecciones que concede a los propietarios, unidas a los límites y excepciones indebidamente circunscritos para los/as usuarios/as, han permitido que se convierta, con demasiada frecuencia, en un obstáculo en el camino de la educación. Sin duda, las normas sobre los derechos de autor pueden recompensar a ciertos autores y proteger en cierta medida determinadas inversiones económicas, pero esos beneficios no se distribuyen equitativamente, y los costos tampoco se sufragan equitativamente. Sea lo que sea lo que nos preocupe –la disponibilidad de paquetes de cursos asequibles en la India, los derechos de los/as usuarios/as para recibir un trato justo en las universidades de Canadá, la viabilidad de los archivos institucionales, las revistas de acceso abierto en Europa o la accesibilidad de las investigaciones científicas en línea(a menudo financiada con fondos públicos)–, debería quedar claro que las rígidas normas de los derechos de autor tienen el poder de obstaculizar la enseñanza y limitar el aprendizaje. La enseñanza y el aprendizaje son vías fundamentales para el fomento de la capacidad, la autoexpresión y la autoactualización y, en última instancia, para modificar las jerarquías de conocimientos arraigadas en la sociedad.
Así pues, la oportunidad más interesante que nos brinda el Día Mundial de la PI de este año estriba en reflexionar, no sólo en la creatividad de las mujeres que florece en el marco de nuestro actual régimen de PI, sino en la rigurosa sobreprotección de la PI que obstaculiza de hecho las prácticas creativas, el intercambio de conocimientos, la potenciación de las voces marginadas y la educación de los y las estudiantes de todo el mundo. Esto debería llevarnos a considerar, de manera más fructífera, formas de re-imaginar –sí, de manera innovadora y creativa– las protecciones de los derechos de autor, las prácticas editoriales tradicionales y las políticas institucionales establecidas, para avanzar de verdad hacia los objetivos de igualdad de género y racial, de acceso al conocimiento, bienestar económico, inclusión social y una mayor participación cultural en todo el mundo. Este sí que sería un Día Mundial de la PI que merecería la pena celebrar.
Las opiniones expresadas en este blog pertenecen al autor y no reflejan necesariamente ninguna política o posición oficial de la Internacional de la Educación.